Enfrentado lo inesperado
“Y dijo Manoa a su mujer:
Ciertamente moriremos, porque a Dios hemos visto. Y su mujer le respondió: Si
Jehová nos quisiera matar, no aceptaría de nuestras manos el holocausto Y la
ofrenda, ni nos hubiera mostrado todas estas cosas, ni ahora nos habría
anunciado esto”.
Jueces 13.22 y 23
Jueces 13.22 y 23
Estas palabras son el sencillo pero profundo testimonio de cómo el padre
y la madre de Sansón reaccionaran ante las mismas circunstancias difíciles y
críticas en que repentinamente se encontraron.
Pero no son sólo un testimonio sino a la vez constituyen un juicio. El
testimonio de lo que estas dos personas hicieron y dijeron nos habla acerca de
ellos mismos y los juzga. El verdadero significado de la palabra crisis es
juicio, de modo que toda crisis por la cual tenemos que atravesar
incidentalmente es también un período de prueba para nosotros. Como vemos tan
claramente en esta antigua anécdota, la crisis, entre otras cosas, destaca en
forma muy definida dos cosas de vital importancia con respecto a nosotros.
En primer lugar, demuestra exacta y precisamente qué clase de persona
somos en la realidad.
Podemos leer todo el capítulo que precede a nuestro texto y no conocer
verdaderamente cómo eran Manoa y su esposa. Hasta que lleguemos a estos
versículos es casi imposible evaluar a estas dos personas y decir cuál de las
dos es más fuerte o de carácter más noble. Pero aquí en estos dos versículos,
repentinamente y en un pantallazo llegamos a conocerlos de verdad, y es
sumamente fácil formar una opinión y una estimación. La mujer de Manoa se
destaca no sólo por contraste con su esposo sino como una de las mujeres más
notables de la Biblia.
Esto nos recuerda un principio que es universal. En
tiempos normales, cuando la vida se desarrolla en su curso regular, todos
logramos desempeñamos bien.
Adoptamos un cierto estándar y determinada actitud hacia la vida, y tenemos
suficiente tiempo y tranquilidad para cumplir con esas normas. Observamos las
reglas y nos conformamos a las distintas normas reconocidas. Profesamos Y
protestamos con respecto a lo que pensamos y creemos, y en cuanto a lo que
proponemos hacer frente a ciertas posibilidades hipotéticas. Damos así a otros
cierta impresión de nosotros mismos y de qué clase de personas en realidad
somos. No quiero sugerir con esto que toda la vida es un tremendo engaño y
fraude pero sí que inconscientemente todos tendemos a actuar en la vida
engañando así no sólo a otros sino también a nosotros mismos. Es tan fácil
vivir una vida artificial y superficial y persuadimos que en realidad somos lo
que quisiéramos ser. El actor en nosotros es fuerte y en estos tiempos, cuando la
tiranía de las convenciones y formas sociales ha sido tan fuerte, una de las
cosas más difíciles de la vida es poner en práctica el consejo del antiguo
filósofo: “Conócete a ti mismo”. Ahora bien, si nosotros encontramos dificultad
en hacer esto, un tiempo de prueba y crisis invariablemente lo logrará por
nosotros.
Nos llega repentinamente y nos encuentra con la “guardia baja”. No hay
tiempo para recordar las convencionalidades y las costumbres, no hay
oportunidad de ponemos la máscara, debemos actuar instintivamente. Salta
entonces a la vista lo natural, lo real y lo verdadero.
Una crisis nos prueba también en un sentido más profundo, especialmente
en cuanto a nuestras profesiones y protestas. La sabiduría del mundo nos
recuerda que el verdadero amigo se demuestra en la adversidad. Lo que no hace
en momentos de necesidad es lo que realmente proclama lo que él es, y no las
promesas y sentimientos generales expresados profusamente durante un período de
tranquilidad.
En verdad, nuestro Señor nos advirtió repetidamente de este peligro en
las siguientes palabras:
“No todo el que me dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos,
sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Nuestro comportamiento en tiempo de necesidad, dificultad y crisis
proclama lo que en realidad somos; y es por esto que tales períodos siempre son
de triste desilusión, decepción y extrañas sorpresas. Aquellos que han hablado
más fuertemente de repente están en silencio y los que prometían hacer tanto
desaparecen silenciosamente.
Lo que es más importante de nuestro punto de vista y
para el propósito que nos ocupa, es comprender que los períodos de crisis y de
dificultad también prueban y demuestran muy claramente en qué creemos realmente
y la naturaleza de nuestra fe. Después de todo, sólo ver la grandeza de la
madre de Sansón como mujer de carácter fuerte, es no comprender lo que es más
significativo de esta historia.
Lo más notable es la fe, la percepción, la comprensión, el firme dominio
de su creencia, que la transformó y que permitió que avergonzara a su esposo y
le reprendiera por su debilidad y temor. La Biblia no tiene mucho interés en la
grandeza natural del carácter, su tema central es grandeza como resultado de la
gracia. Las condiciones de prueba en que Manoa y su mujer se encontraron
revelan de inmediato la naturaleza y por tanto, el valor preciso de su
profesión de fe. Tenemos aquí otro principio universal que se desarrolla y
manifiesta en diferentes formas.
Es posible que hayamos sido criados en un ambiente religioso rodeados
desde nuestro nacimiento de enseñanza religiosa. Por ser criados de esta manera
hemos recibido ciertas enseñanzas y estamos familiarizados con algunas verdades
religiosas.
Todos los que nos rodean parecen creerlo y con el tiempo nosotros mismos
las repetimos y consideramos que verdaderamente las creemos. Jamás pensamos en
la necesidad de examinar estas creencias y menos todavía de dudar de ellas.
Aceptábamos todo sin pensar muy profundamente acerca de ello. Descontamos que
todo estaba bien y que nosotros mismos estábamos en lo correcto.
No habíamos procurado comprender verdaderamente estas declaraciones
acerca de la religión y entenderlas.
No nos habíamos preocupado realmente en absorber sus enseñanzas. Según le
oí decir a cierto hombre, tomamos nuestra religión en la misma forma que
diariamente nos servimos de pan y manteca en la mesa. Mientras todo anda bien
proseguimos con nuestra religión y sus deberes descontando que tenemos lo
verdadero y correcto, sin sospechar siquiera que hubiese alguna necesidad o que
falta algo.
Pero repentinamente nos enfrentamos con una
dificultad, un problema y al encarar esto encontramos que nos comportamos y
reaccionamos precisamente en la misma manera que los hombres y mujeres que
jamás afirmaron ser religiosos. Estábamos igualmente indefensos y
desesperanzados. Nuestra religión no parecía hacer diferencia alguna en la
crisis.
Nada hay nada más triste y trágico en la vida y experiencia de un
ministro que encontrar a personas de este tipo cuya religión no parece
proveerles nada, o ser de algún valor cuando se enfrentan con las mayores
necesidades y crisis de la vida tales como enfermedad, la pérdida de seres
queridos, tristeza, catástrofe, calamidad o guerra. Parecían ser tan excelentes
ejemplos de personas religiosas. Jamás habían sido culpables de afirmaciones
herejes o de violaciones groseras de la moral. Parecían ser en tiempos normales
el tipo ideal de personas religiosas. Sin embargo cuando su religión fue puesta
a prueba y la necesitaron sobremanera demostró ser inútil y sin sentido. Hemos
conocido personas así ¿verdad? Hay otros que también pertenecen a este grupo,
pero no por las mismas razones.
Me refiero a aquellos cuyo interés en la religión ha sido mayormente, y
quizá exclusivamente, intelectual. No podemos decir de ellos, como de los que
acabamos de considerar, que no han pensado pues sí lo han hecho. Su interés en
la religión ha sido su principal pasatiempo intelectual. Han leído y razonado,
debatido y argumentado.
Tienen interés en ella como un enfoque de la vida y se han interesado en
sus diversas posiciones y proposiciones. Pero todo el tiempo su interés ha sido
puramente objetivo. La religión era tema de conversación y debate, algo que uno
podía tomar o dejar. Nunca se había convertido en parte de su misma
experiencia. Nunca había llegado a ser parte de ellos y de sus vidas. No había
sido parte experimental y vital de su existencia. Parecían conocerlo todo, pero
aquí nuevamente, en la crisis todo su conocimiento y su interés resultó ser
inútil y sin valor alguno.
Un ejemplo clásico de esto, fue Juan Wesley antes de su conversión. En un
sentido él conocía bien acerca de la religión, pero al cruzar el Atlántico en
una terrible tormenta que parecía conducirlos a la muerte sintió que nada
tenía. Experimentó el miedo de morir y miedo de todo. Le impactó el contraste
presentado por los Hermanos Moravos que viajaban en el mismo barco. En
comparación con Wesley eran hombres ignorantes pero su religión significaba
algo real y vital para ellos. Los sostuvo en la tormenta, les dio paz y calma,
y gozo aun al enfrentar la muerte. La religión de Wesley parecía ser excelente.
Daba todos sus bienes a los pobres, predicaba en las cárceles y cruzó el
Atlántico para predicar a los paganos en Georgia. Era un hombre de vastos
conocimientos religiosos. Sin embargo, la prueba le reveló a él y a otros la
naturaleza de su religión que demostró ser inútil. Un período de crisis,
entonces, nos prueba a nosotros y a nuestra fe, del mismo modo como probó a
Manoa y a su mujer.
La tragedia es que tantos de nosotros nos asemejamos a los primeros
mencionados y no a estos últimos. Estamos ansiosos de ser bendecidos y
esperamos que la religión nos dé todos los dones y bendiciones que tiene que
damos. Como Manoa podemos ser fervientes en nuestras oraciones y juzgando por
las acciones y por nuestra apariencia exterior, podemos aparentar y ser en
verdad, personas sumamente devotas. Mientras todo anda bien y nuestras
oraciones reciben respuestas y todos nuestros deseos parecen ser gratificados,
estamos llenos de alabanza y acción de gracias, así como Manoa cuando fue
concedida su petición. Entonces, repentinamente, algo sucede que no
comprendemos. Algo toma lugar que es total-mente inesperado. Las nubes vienen,
el cielo se oscurece, y todo parece salir mal.
La situación es perpleja e incomprensible y todo lo contrario de lo que
esperábamos y anticipábamos.
Ahora bien, con demasiada frecuencia cuando nos enfrentamos con una
situación así nos comportamos como Manoa claudicamos y perdemos totalmente la
esperanza. Arribamos a conclusiones apresuradas y casi invariablemente a la
peor conclusión posible. Más aun, esta “conclusión peor” a la que arribamos con
tanta facilidad es frecuentemente una conclusión basada sobre la misma premisa
que le llevó a Manoa a su peor conclusión, esto es, que de alguna manera Dios
está contra nosotros, y que todo lo que fervorosamente habíamos imaginado ser
una expresión de la bondad y la benignidad de Dios no era más que una ilusión.
Digo todo esto basado en las afirmaciones hechas por hombres y mujeres
cuando se han enfrentado con tales crisis. Qué dispuestos están a formular
preguntas que jamás debieran hacerse, preguntas que implicaban la afirmación
que de alguna manera Dios no era justo con ellos, o que Dios no es consecuente
con sus promesas. Por cierto que esta desconfianza hacia Dios es el enemigo más
persistente de la raza humana; en verdad el enemigo más persistente del
cristiano en particular.
Me refiero a esta sugerencia que el enemigo de nuestras almas está siempre
dispuesto a insinuar en nuestras mentas y corazones de que Dios está contra
nosotros, o por lo menos, que Dios no se preocupa de nosotros y nuestro
bienestar. Los viejos conceptos paganos, la antiguas ideas supersticiosas se
adhieren tenazmente a nosotros y están siempre a la expectativa para
presentarse como explicaciones cuando nos enfrentamos con una situación
incomprensible que nos tiene perplejos.
Si sólo nos quejáramos de la situación, nuestro caso no sería tan serio
aunque indicaría un cristianismo muy pobre y débil. Nosotros tendemos a ir más
allá. Nos quejamos y murmuramos no sólo de lo que nos está aconteciendo sino de
Dios mismo.
Hacemos declaraciones que, por más cautela que utilicemos al formularlas,
sugieren fuertemente que dudamos de El y de su bondad para con nosotros.
Es casi innecesario señalar todo lo que está involucrado en tal estado.
Sin embargo, debemos indicar en qué forma terrible deshonra a Dios. Es la causa
central de todos los males; es el pecado de todos los pecados, es el pecado de
la incredulidad.
No nos compete a nosotros comparar pecado con pecado pero la Biblia
muestra muy claramente que una falla en la conducta, o aun una caída moral, no
es nada en comparación con el pecado de incredulidad. Este exhibe una actitud
que es fundamentalmente hostil y contraria a Dios mientras que lo otro no es
más que una manifestación de debilidad y fragilidad humanas. Dudar de Dios y de
su bondad es un pecado mucho más atroz que no obedecerle o dejar de cumplir sus
mandamientos.
No, creo que sea necesario explayamos más sobre el particular.
Esta condición es también totalmente indefensa cuando nos consideramos a
nosotros mismos con respecto a otras personas. Manoa debiera haber ayudado y
fortalecido a su mujer. Lo natural hubiera sido que ella se apoyara en él.
Afortunadamente ella no dependía de él, pues el colapso de Manoa hubiera
llevado a una caída mayor aun en su caso. No siempre son así los hechos. Dentro
de la vida cristiana y de la Iglesia siempre hay personas que se apoyan en
nosotros y dependen de nosotros.
Esto es, a la vez, nuestro privilegio y nuestra responsabilidad. Cuando
fallamos, por tanto, otros están involucrados en nuestro fracaso. Y cuando
comprendemos que siempre están aquellos fuera del cristianismo que miran a los
cristianos especialmente en tiempos de dificultad y tensión, nuestro fracaso es
todavía más reprensible.
Aun desde nuestro punto de vista estrictamente personal este
comportamiento similar al de Manoa es totalmente malo. Lleva a un estado de
desdicha y desesperanza.
Significa que estamos tristes y miserables, agitados y alarmados, llenos
de temores y presentimientos malos y además con todo lo que esos sentimientos
involucran.
Más importante aún, en ese estado y condición estamos propensos a decir
cosas, como lo hizo Manoa, que luego lamentamos y deploramos por el resto de
nuestra vida.
Aunque sólo sea por estas razones debemos tener cuidado. Pero todo esto
es negativo y ahora procederemos al enfoque positivo. No es necesario actuar
como Manoa. Su esposa nos demuestra claramente cómo podemos evitarlo. Dios
quiera que aprendamos la lección ahora, de modo que venga lo que viniera en el
futuro estaremos dispuestos y preparados, armados y capacitados para
anticipamos al enemigo que ciertamente vendrá con su insinuación de que Dios
nos está fallando, o que definitivamente está en contra nuestro.
La enseñanza se divide naturalmente en dos secciones
principales:
1. Primero debemos considerar lo que hizo esta mujer. La respuesta es
sorprendente y asombrosa, ella sencillamente pensó y razonó ¡Qué sencillo! Las
razones del fracaso son muchas. Destaco sólo dos que he visto con más
frecuencia. La primera es la que podemos llamar en general un espíritu
anti-intelectual con respecto a la fe. No siempre se lo reconoce como tal ni se
advierte, pero ha habido mucho de esta actitud hacia la religión durante los
últimos años. Pensamientos precisos, definiciones y dogmas han sido
desvirtuados. Todo el énfasis ha sido colocado sobre la religión como un poder
que puede hacer algo por nosotros y nos puede hacer felices.
La parte emocional y sentimental de la religión ha sido sobre enfatizada
a expensas de lo intelectual.
En verdad, podemos decir que al aspecto y al elemento milagroso de la
religión cristiana le ha sido dado un lugar de excesiva preponderancia.
Con demasiada frecuencia se lo ha considerado meramente como algo que da
una constante serie de liberaciones milagrosas de toda suerte y forma de males.
Los slogans de que tanto hemos oído atestiguan esto. Las frases más frecuentemente
utilizadas han sido: “Prueba la fe” o” “Prueba la oración” y a menudo se ha
dado la impresión que sólo tenemos que pedir a Dios todo lo que pudiéramos
necesitar y seremos satisfechos. Ese aspecto práctico de la religión ha sido
recalcado sin destacar las condiciones y todo el plan de salvación, ni de la
revelación de la naturaleza y los propósitos de Dios según los revela la
Biblia.
La clase de religión más popular ha sido la que se representa como
“bastante fácil” y “bastante sencilla”, y que parece hacer todo por nosotros
sin demandar nada de nosotros. Quizá nunca antes la distinción entre la
religión cristiana y los varios cultos y agentes psicológicos que procuran
ayudar a los hombres ha sido más confusa y oscura que durante los últimos veinte
años. Los grandes principios, el poderoso trasfondo, el contenido intelectual y
teológico de nuestra fe no han sido enfatizados y en verdad, a menudo han sido
desechados como no esenciales. Hemos estado tan ocupado con nosotros mismos,
nuestros estados de ánimo, nuestros sentimientos y estado interior que cuando
nos enfrentamos con problemas externos que nos afectan profundamente, sin
embargo, no sabemos cómo pensar o dónde comenzar.
La otra razón que explica por qué no pensamos, como lo hizo esta mujer,
es que en una crisis repentina quedamos aturdidos y dejamos que nos atropellen.
Estoy dispuesto a conceder que esto se deba en parte a causas físicas o
nerviosas, pero no en su totalidad. En tales condiciones tendemos a bajar la
guardia y dejamos caer.
Nos abandonamos y dejamos de luchar y de hacer un esfuerzo positivo. No
sólo perdemos el control sino que en cierto sentido deliberadamente nos
relajamos y cedemos.
No es sólo holgazanería sino la manifestación que los efectos
intoxicantes de una calamidad, una catástrofe, o una crisis tienden a imponer
sobre nosotros.
¡Qué fácil es gritar o exclamar o ceder a algún otro impulso que por
cierto surge en tales ocasiones! ¡Qué fácil soltar las riendas del auto-control
y el dominio de nosotros mismos!
Esta mujer, la madre de Sansón, se destaca como un glorioso ejemplo de
todo lo opuesto. Hizo lo que todos nosotros debiéramos hacer en circunstancias
similares.
Viendo y observando el colapso de su esposo, su temor y su lloriqueo, y
al escuchar sus presentimientos de mal, sus oscuras profecías y sus dudas de la
bondad de Dios, ella no grita ni exclama; no da lugar a la histeria cayendo
finalmente en un estado de inconsciencia; no formula preguntas irreverentes ni
quejas contra Dios; ella piensa, razona, medita el asunto y con lógica
magnífica arriba a la única conclusión que es verdaderamente válida. Puede
parecemos extraño y raro que, en medio del desastre y dificultades apremiantes,
la religión cristiana en lugar de actuar como una droga o un amuleto que hace
todo lo que necesitamos, y repentinamente pone todo en orden, nos pide, más
bien nos manda, que pensemos y que empleemos la lógica.
Pero esta es la enseñanza no sólo aquí sino en toda la Biblia.
Resumiendo, las instrucciones son las siguientes.
1. No hables hasta que hayas analizado el asunto. Domínate, contrólate,
especialmente tus labios. No digas nada hasta que hayas pensado y pensado
profundamente. Como lo expresa Santiago sé “tardo para hablar”.
2. Haz un esfuerzo positivo y piensa activamente. No contemples meramente
los hechos permitiendo que ciertos pensamientos se repitan en tu mente. Piensa
en forma activa Considera que es tu deber pensar como jamás hayas pensado
antes, y como si el mismo carácter de Dios y su justificación delante de los
hombres dependiera de ti. El enemigo te ha atacado especialmente en la esfera
de tu mente. ¡Resístelo y derrótale!
3. Parte de la suposición que si bien puede haber otras cosas que son
verdad y de que es posible que comprendas muy poco, una cosa es segura y
absoluta: la insinuación del enemigo respecto de Dios es y tiene que ser
errónea.
4. Luego procura considerar todos los hechos que influyen y no meramente
uno, o algunos. En cierto sentido Manoa era muy lógico. Él sabía que cualquiera
que veía a Dios debía morir. Su problema era que consideraba ese hecho
solamente sin tomar en cuenta los otros factores que estaban a su disposición y
por tanto arribó a una conclusión falsa. Partiendo de un solo hecho arribó
apresuradamente a su conclusión.
¡Con cuánta frecuencia hemos nosotros también hecho esto! Evita esto
procurando considerar otros factores. Coloca el problema en la luz de su
contexto más amplio. Allí, entonces, vemos por la acción de la mujer de Manoa
lo que nosotros debemos hacer en circunstancias similares. Debemos pensar y
razonar.
Afortunadamente la lección prosigue. Pues no sólo se nos dice lo que ella
pensó, sino que se nos da el resultado de su razonamiento y lógica.
II. Podemos considerar entonces, en segundo lugar lo que esta mujer
dijo. Sus conclusiones son tan válidas hoy como cuando ellas las expresó.
Sencillamente declaró en su manera y en su idioma, y en el contexto de los
eventos que ella y su marido enfrentaban, lo que San Pablo dice y argumenta
constantemente en sus epístolas.
En verdad, tenemos aquí un maravilloso y muy pintoresco resumen y
compendio de toda la enseñanza consoladora del Nuevo Testamento. Resumiré lo
que ella dijo en forma de una serie de proposiciones.
1. El primer principio es que Dios no es caprichoso. “Si Jehová nos
quisiera matar”, argumenta la mujer, “no aceptaría de nuestras manos el holocausto y la ofrenda”.
Parecía en el momento que Dios repentinamente iba a revertir todo lo que había
estado haciendo. Habiendo disfrutado hasta ahora de la sonrisa de Dios sobre
ellos parecía que sin causa o razón visibles ahora él mostraba su desaprobación
y estaba a punto de destruirlos. Las circunstancias a menudo parecen damos esa
impresión.
De repente todo parece salir mal y estar obrando en la dirección opuesta,
y nos llega la insinuación de que Dios no está realmente interesado en nosotros
y ni se preocupa por nosotros. Toda su bondad del pasado y sus bendiciones
parecen mofarse de nosotros. Estamos tentados a pensar que Dios es como algunos
potentados y tiranos que se deleiten en jugar con sus víctimas, aumentar su
terror y su tortura, aparentando al principio ser bondadosos con ellos. No hay
nada más humillante que produce tanta tensión como estar a la merced o bajo
obligación de una persona que no es confiable, cuyos estados de ánimo cambian
constantemente, y cuyos propósitos y acciones también varían. Ni por un momento
puede uno sentirse seguro.
En cualquier momento algo puede ocurrir que es exactamente lo opuesto de
lo que ha acontecido antes. No hay ningún sentido de seguridad o de paz. No hay
esperanza cuando uno mira al futuro. De una cosa podemos estar absoluta y
definitivamente seguros -Dios no es así-. Jamás se comportará de esa manera.
Sean cuales fueren las apariencias esa no es la explicación. Por su misma
naturaleza y carácter no hay cosa más gloriosa que la eterna constancia de
Dios. Él es el Eterno, y sus decretos son eternos. Su bondad y su benignidad
son para siempre. Sus tratos con los hijos de los hombres surgen de su misma
esencia. Sus planes fueron hechos, leemos repetidamente, “antes de la fundación del mundo”.
El ama con un “amor eterno”.
Es el “Padre de las luces, en el cual
no hay mudanza ni sombra de variación”
Él no dice una cosa y luego hace lo opuesto. No juega con nosotros ni se
burla. En verdad “si Jehová nos
quisiera matar, no aceptaría de nuestras manos el holocausto y la ofrenda”.
2. El segundo principio es que Dios nunca es injusto es sus tratos con
nosotros. La madre de Sansón argumenta correctamente que si
Dios los hubiese guiado a ella y a su esposo a hacer ciertas cosas
sencillamente para castigar y destruirlos, sería un acto de total injusticia.
Ella sabe que eso es inconcebible en lo que a Dios se refiere.
No es que comprende exacta y precisamente lo que les está ocurriendo, o
cuáles el significado exacto de los eventos que están presenciando. Pero, sea
cual fuere su significado, de esto ella está segura:
Dios jamás es injusto o malo. Al ver sólo un aspecto, o ángulo o fase de
un problema o situación, a menudo no vemos la corrección o justicia de los
eventos.
Esto se debe totalmente a nuestra visión restringida, además; nuestras
mentes están deformadas y estamos manchados y pervertidos por el pecado.
Nuestras ideas respecto de la rectitud no son verdaderas. Nuestro egoísmo empaña
nuestra visión y envenena nuestro entendimiento. Ni siquiera sabemos lo que en
última instancia es lo mejor para nosotros porque hay tanta oscuridad mezclada
con nuestra luz. De modo que, en nuestra insensatez, estamos listos a acusar a
Dios por ser injusto, o incorrecto. La esposa de Manoa vio la insensatez total,
el error y el pecado de todo esto. A su manera proclamó: “Dios es luz y no hay ningunas tinieblas en
El”, y formuló la pregunta ya hecha por Abraham: “¿El juez de toda la
tierra, no ha de hacer lo que es justo?”
Tengamos cuidado de juzgar a Dios con nuestros débiles sentidos y digamos
con esta mujer y el autor del antiguo himno:
Todo cuanto Dios
permita
Obra para bien,
y deseo solamente
Responderle: “Amén”.
3. El tercer principio es que Dios nunca se contradice a Sí mismo ni a
sus propósitos de gracia. Escuchemos la magnífica lógica de esta mujer. “Si Jehová nos quisiera matar… no nos
hubiera mostrado todas estas cosas, ni ahora nos habría anunciado esto”.
En efecto, se dirigió a su esposo y dijo: ¿Es concebible que el Dios que nos ha
dado tan notables muestras de su presencia y su bondad ahora nos va a destruir?
Más, ¿es concebible que Aquel que ha interferido en nuestras vidas y que ha
venido a decimos que tiene ciertos planes reservados para nosotros y ciertos
propósitos que ha determinado llevar a cabo en y por nosotros, es posible que
habiendo iniciado todo esto ahora repentinamente lo termine todo? No presumo
comprender pero para mí, es inconcebible que Dios comience un proceso y luego
de repente lo revierta o lo destruya.
Tenemos aquí nuevamente en sus palabras lo que San Pablo declara tan
frecuente y elocuentemente.
Dice: “Estando persuadido de
esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el
día de Jesucristo”. El argumento es más fuerte aun:
“El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos
nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” ¿Nos fallará Dios en lo más pequeño si ya nos ha dado lo más grande de
todo? ¿Nos abandonará el amor de Dios, ese amor que fue tan grande como para
mandar a su unigénito Hijo a la tortuosa muerte del monte Calvario? Es posible
que no comprendamos lo que nos está sucediendo. Puede aun parecer equivocado,
pero confiemos en El. Creamos cuando no podemos comprobar. Aferrémonos a su
constancia, su justicia, sus eternos propósitos para nosotros en Cristo.
Consideremos estas cosas absolutas que son inconmovibles, edifiquemos
nuestro caso lógicamente sobre ellos, permanezcamos firmes e inconmovibles,
confiados que en última instancia todo se aclarará y será para bien.
Y habiendo llegado a este estado de ánimo y no antes, habla contigo mismo
ya otros diciendo:
La obra que su bondad
comenzó,
Su brazo potente
consumará.
Su promesa es Si y
Amén,
Y jamás fallará.
Cosas futuras, cosas
de ahora,
Nada aquí abajo ni
arriba,
Pueden su plan
desviar,
ni mi alma de su amor
separar.
Por D. Martín Lloyd – Jones
Publicado por: Cristianismo Historico
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