LOS MISTERIOSOS CAMINOS DE DIOS
Por D. Martín Lloyd – Jones. Este magnífico
apóstrofe, esta exclamación de devoción y adoración, brota de los labios del
profeta como resultado de la revelación que Dios le hizo de sus planes y
propósitos. No registra una queja.
Expresa, más bien, su asombro por los
maravillosos tratos de Dios. Es imposible saber si el profeta compartía el
punto de vista del pueblo en general y era culpable de la misma falta de
percepción y fe, pero la respuesta de Dios a los pensamientos y murmuraciones
del pueblo le deja pasmado por su magnificencia y grandeza.
El estado de ánimo del pueblo se describe en
términos vívidos y notables en los primeros versículos del capítulo. Estaban
perplejos y confundidos, es más, estaban llenos de dudas y cuestionamientos.
Todo esto, por supuesto, como resultado de la
situación en que se encontraban y por los eventos que se estaban desarrollando.
Además de esto estaba el anuncio del camino de
liberación que Dios proponía y estaba dispuesto a emplear. Los hechos eran
estos: Los hijos de Israel como nación y como pueblo, estaban experimentando
una constante serie de derrotas militares y humillaciones. Sabían que eran el
pueblo elegido, el especial pueblo de Dios, y sin embargo, se estaban
debilitando más y más y sus enemigos -paganos y extranjeros de la comunidad de
Israel- se estaban fortaleciendo constantemente. La tierra de Israel había sido
atacada repetidas veces y sus ejércitos derrotados. El enemigo se había
apoderado de sus más valiosos tesoros llevando cautivos a gran cantidad del
pueblo. Era cuestión de tiempo hasta que Jerusalén misma fuese conquistada y
destruida, y el resto del pueblo llevado cautivo a Babilonia. Todo había salido
mal y el enemigo aumentaba su poder. Mientras tanto, Dios aparentemente no
hacía nada.
No había impedido o restringido al arrogante
enemigo. Parecía no tener interés alguno en el problema.
Ciertamente no intervino para liberar a su pueblo
y destruir al enemigo. Estaban atónitos y perplejos y comenzaron a formular
preguntas. ¿Por qué Dios actuaba de esta manera? ¿Por qué permitía que el
enemigo prosperara y se fortalezca? Luego surgían preguntas peores todavía.
¿Podía Dios detenerlos? ¿Tenía el poder para hacerlo, tenía “manos” para
lograrlo?
Esto se acentuó cuando se hizo el anuncio, por
medio del profeta, que finalmente vendría la liberación por medio de Ciro. Esa
fue la gota que rebalsó la copa.
¿Liberación por medio de un gentil y no de un israelita,
uno de la simiente de David?
Era imposible. ¿Qué quería decir Dios? ¿Era justo
y correcto? ¿Debía Dios hacer algo así? ¿Cómo podía reconciliarse esto con todo
lo que Él había dicho y hecho en el pasado y con todas sus promesas y planes?
Tal era el estado mental y espiritual del pueblo y tales las preguntas que
formularon o más bien, las declaraciones que hicieron.
En este tremendo pasaje Dios responde al pueblo
recordándoles acerca de su naturaleza y poder, su conocimiento y sus
propósitos. Los censura y por medio del profeta les da un vistazo del futuro al
que propone guiarlos. El profeta ya no se puede contener.
Olvidándose del pueblo y dirigiéndose a Dios
directamente pronuncia estas palabras de asombro y de alabanza: “Verdaderamente tú eres Dios que te
encubres, Dios de Israel, que salvas”.
Sería bueno y muy instructivo considerar este
asunto en su propio contexto preciso y demostrar cómo se desarrolló en la
historia de los hijos de Israel. Sin embargo, si bien estaremos haciendo eso en
un sentido, debemos concentramos en lo que se aplica a nosotros, lo que nos
habla directamente cuando nos enfrentamos con una situación contemporánea. Casi
es innecesario señalar que tenemos aquí la consideración de uno de los
problemas que tiene perplejos a muchas mentes en el presente, un problema que
ha preocupado a muchos durante unos cuantos años en el pasado. En efecto, el
problema es la dificultad de reconciliar el mundo en que vivimos y
especialmente lo que está aconteciendo aquí, con nuestra fe en Dios, y
especialmente con ciertos fundamentos de esa fe. Al principio, la perplejidad
causada por este problema se expresa como una declaración general, más o menos
en estos términos:
Durante años ha sido evidente que las fuerzas del
mal han estado incrementándose más y más. El materialismo, la impiedad, la
falta de fe, el pecado y la maldad, el vicio y la malicia se han acrecentado.
Toda la base religiosa en que se ha fundado la vida del cristianismo en el
pasado no sólo se ha cuestionado sino también ridiculizado y mofado. En lugar
de apoyar a la Iglesia ha sido dejada de lado.
No es que ha sido perseguida sino que se la ha
ignorado y olvidado, y a través de los años sigue declinando. Cuanto más
arrogante ha sido aparentemente el hombre más éxito parece haber tenido.
Todo parece favorecer a la iniquidad y a la
maldad; todo lo que se opone a Dios y a su Iglesia y al punto de vista
cristiano, predomina y florece por todas partes. La declinación de la fe, la
moral y de todo lo que ennoblece y eleva a la vida, prosigue a un ritmo
aterrador. El mundo ha ido de mal en peor, los malos “aumentan su maldad” y parece que todo se está dirigiendo hacia
el abismo.
Más y más el mundo ha llegado a ser lo opuesto de
todo lo que Dios desea que fuese, y ahora que los conflictos de los últimos
años nos han llevado a la guerra, todo parece estar perdido. Cada vez la
situación se toma más desesperante. Mientras todo esto acontece Dios,
aparentemente, permanece en silencio e inactivo. Al parecer no ha hecho nada y
no ha intervenido para detener este proceso. No parece estar en evidencia, ni
siquiera existir. La única actividad que parece haber en el mundo es maligna
aparentemente Dios ha estado ausente y totalmente desvinculado del curso de los
eventos.
No ha hecho nada y el enemigo ha prevalecido. Tal
es la afirmación; y esto lleva inevitablemente a la pregunta que con tanta
frecuencia se hace:
¿Por qué permite Dios que tales cosas ocurran?
¿Por qué no interviene? ¿Por qué no detiene a la maldad y a los malhechores?
¿Por qué no aviva su obra y rescata a la Iglesia de su impotencia y su
vergüenza? ¿Por qué no escucha las oraciones de su pueblo, y destruye a los
malhechores con todo lo que hacen y restaura al mundo a un modo de vida
correcto y verdadero? ¿Cómo puede, por así decirlo, ponerse a un lado y no
hacer nada, permitiendo que todo lo que tiene valor y es noble sea destruido y
desecrado? Tales son las formas que toma la pregunta general de por qué Dios se
comporta de esta manera, y aparentemente permite que todo lo que El odia se desarrolle
y crezca.
El cuestionamiento jamás se detiene en este
punto. Habiendo llegado aquí parece ser impulsado inevitablemente a formular
una serie de preguntas más serias y siniestras. Consideraremos ahora estas
preguntas. Las analizaremos individual y separadamente, recordando al hacerla
que no será un análisis académico y psicológico de un pueblo que vivió hace
casi 3.000 años sino un estudio de nosotros mismos y de errores en los que
nosotros tendemos a caer al igual que los hijos de Israel.
I. La primera pregunta puede expresarse en los
siguientes términos: ¿Es indiferente Dios? ¿Es verdad que a Él no le
importa lo que nos está ocurriendo a nosotros y en el mundo? Esa es, por cierto la pregunta implícita en el pasaje que estamos
considerando ahora. Los hijos de Israel sentían que Dios los estaba abandonando
y que ya nos les cuidaba ni se preocupaba por ellos como lo había hecho antes.
Sentían que se había tornado indiferente y despreocupado, que los había
abandonado definitivamente permitiendo que los eventos siguieran su propio
curso. Esa parecía ser la explicación más obvia y evidente de lo que les estaba
ocurriendo y del extraño silencio e inactividad de Dios.
¡Cuántas veces los hombres han llegado a esa
conclusión! ¡Cuántos tienden a hacerla en el presente! No es que han adoptado
el punto de vista propugnado por los antiguos deístas. Ellos enseñaban que
Dios, habiendo creado el mundo, luego dejó de estar activamente preocupado por
él. Dios, decían, había hecho al mundo como un relojero fabrica un reloj y
habiéndole dado cuerda, ahora permitía que siguiera andando solo en su propio
camino. Dios había terminado con él en el sentido de una activa preocupación y
participación. No creo que haya muchos que sostengan este punto de vista en la
actualidad. Se sostiene, más bien, que Dios ha dejado de estar activamente
interesado por alguna razón. Saben que estuvo interesado en el pasado por medio
de sus obras, de la misma manera que los israelitas lo sabían. Su silencio e
inactividad, por tanto, argumentan, debe señalar una indiferencia, como si Dios
se hubiera impacientado con el mundo y lo hubiese abandonado a su suerte, que
le hubiera dado sus espaldas. Los fieles oran, se esfuerzan, trabajan, y sin
embargo, parece no haber respuesta de parte de Dios. ¡Qué fácil es argumentar
en base a esto y acusar a Dios de ser indiferente! ¿No se trasunta en la
mayoría de las preguntas que se formulan respecto de por qué Dios permite que
ciertas cosas ocurran? A menudo, la insinuación está más en el tono de voz que
en la pregunta en sí. El sentir es que si Dios fuese realmente un Dios de amor,
no permitiría que los justos sufran como ocurre a veces, y que los injustos
prosperen Y tengan éxito, no permitiría las calamidades, las guerras y todas
las otras aflicciones y tribulaciones que nos prueban. ¿Por qué los permite
Dios?, preguntan.
Aún más, ¿cómo puede permitirlo? A pesar de los
sufrimientos y las oraciones del pueblo parece no querer actuar. En las
palabras del salmista: ¿Desechará el Señor para siempre y no volverá más a sernos
propicio? ¿Ha cesado para siempre su misericordia? ¿Se ha acabado perpetuamente
su promesa? ¿Ha olvidado Dios el tener misericordia? ¿Ha encerrado con ira sus
piedades? La acusación en la primera pregunta es que DIOS es indiferente.
2. Se insinúa entonces otra pregunta que en parte
es una posible respuesta a la primera. ¿Es impotente Dios? ¿Puede hacer
cualquier cosa? Esa es la pregunta mencionada en la última frase
del verso 9. Habiendo preguntado: “Dirá
el barro al que lo labra: ¿Qué haces?”, inquiere luego: “¿O tu obra: No tiene manos?”, que
Moffat traduce así: “¿Lo que Él crea
le dice que es impotente?” Como si el barro pudiese decide al alfarero
que no tiene habilidad o poder para moldear y formar una vasija.
Así los hombres cuestionan y dudan del poder y la
capacidad de Dios para controlar los eventos en el mundo y de escuchar sus
oraciones. Consideran que esta conclusión es inevitable. No dudan de que si
Dios pudiera detener la maldad y parar la ola de iniquidad lo haría. Su amor,
argumentan, insistiría en ello. Es inconcebible que no lo haga por tanto, puede
haber sólo una conclusión. Debe ser que Dios no tiene poder, que la fuerza del
mal es mayor que el poder de Dios. Debe ser que el mundo se le ha “escapado de
las manos” y está fuera del alcance de Dios para controlarlo y salvarlo. Las
tinieblas y la maldad son mayores que el poder de Dios. Esa es la segunda
pregunta.
3. Pero hay una tercera que surge de lo que Dios
propone hacer y anuncia como su acción futura. Al utilizar a Ciro como un libertador,
¿no significa que Dios es inconsecuente? ¿Cómo concuerda esto con todo el
pasado? ¿Un gentil que libere a Israel? ¿Uno que no era de la simiente de David
sería el salvador del pueblo? ¿Un extranjero? Es inconcebible.
¡Sería amontonar insulto sobre injurias! Sería injusto de parte de Dios. No
debe hacerlo porque estaría totalmente en desacuerdo con todo lo que Él ha
dicho y prometido, y con todo lo que Él ha hecho en el pasado. Sentían que
utilizar al gentil Ciro era algo que jamás podían reconciliar con la santidad
de Dios. Les parecía lo mismo que esperar que surja algo bueno de la maldad, de
que alguno fuera de la comunidad de Israel fuese usado por Dios para cumplir
sus propósitos.
No podían ver explicación alguna. Les parecía
total y absolutamente erróneo.
¿No hemos tenido algo de ese sentimiento y estado
de ánimo? ¿Cómo puede esto que nos está ocurriendo, hemos preguntado, ser de
algún modo para nuestro bien y la gloria de Dios? ¿Cómo puede justificarse Dios
por haber permitido que suframos? ¿Cómo pueden formar parte del plan o esquema
de Dios las pruebas y las tribulaciones? ¿Puede aquello que es evidentemente
malo e inicuo caer de alguna manera o por algún medio, dentro del ámbito del
amor de Dios y su propósito soberano respecto a nosotros y a toda la humanidad?
Estas preguntas que hemos considerado, son las
que todavía se están formulando los hombres. ¿Las has formulado? ¿Qué diremos
acerca de ellas? ¿Cuál es la respuesta?
Consideremos la tremenda respuesta en esta frase de Isaías.
1. La arrogancia demostrada en esta actitud
hacia Dios. Esto es lo que se enfatiza al comparar al hombre
en su relación con Dios a tiestos, a barro y a un recién nacido. Es algo casi
increíble, si se lo mira objetivamente; sin embargo, ¡con cuánta frecuencia es
esta la actitud que asumimos ante Dios! No vacilamos en presumir y dar por
sentado que somos capaces de comprender todo lo que Dios hace. Tenemos tal
confianza en nosotros mismos, en nuestras propias mentes, comprensión y
opiniones, que cuestionamos y dudamos de las acciones de Dios exactamente en la
misma forma que cuestionamos las de los hombres. Sentimos y creemos que sabemos
lo que es correcto y lo que es mejor.
Nuestra confianza en nosotros mismos es sin fin,
no tiene límites y rehusamos creer que haya algo que esté fuera del alcance de
nuestras mentes e intelectos. Este es, por cierto, el significado impertinente
de todas nuestras preguntas, y en todas nuestras expresiones de duda. Dios debe
conformarse a nuestras ideas y ha de hacer lo que nosotros creemos que debe
hacer. Pero no queda allí la arrogancia.
Como hemos visto, no vacila en condenar las
acciones de Dios y decir que están totalmente erradas e indefensas. En otras
palabras, nosotros, nuestras ideas, son la norma y los jueces. Nosotros somos
la suprema corte de apelación; y nuestras ideas en cuanto a lo bueno y lo malo,
lo justo y lo injusto, constituyen la última palabra. No vacilamos en expresar
nuestras opiniones acerca de Dios y de juzgar sus acciones.
De esto los hijos de Israel eran constantemente
culpables. Al leer acerca de ellos en el Antiguo Testamento a veces nos
maravillamos y asombramos de ellos.
Sin embargo, nos cuesta comprender que nosotros
también somos culpables precisamente de lo mismo. Quizá no lo expresemos en
forma tan franca y descortés, sino con cuidado y delicadeza lo decimos más bien
en forma de pregunta que como afirmación directa. Pero todo esto no hace al
caso.
En un asunto como este, pensar por un momento de
esta forma es tan condenable como afirmarlo. No quiero decir que no debamos
pensar y razonar acerca de la religión, o que yo sostenga que el cristianismo
es irracional. Debemos pensar, razonar y comprender la verdad. Esto no
significa que nuestras mentes están a la par de la mente de Dios o de que
podemos reclamar igualdad y demandar una comprensión total de todo. Menos
todavía significa que moral y espiritualmente estamos en una posición como para
cuestionar y dudar de los motivos de Dios y emitir juicio sobre su carácter
expresado en sus acciones.
Sin embargo, esto es precisamente lo que hacen
los hombres. Al no comprender las acciones, proceden a atacar y a cuestionar el
mismo carácter de Dios. Nuestro orgullo de intelecto y de comprensión nos lleva
en realidad a considerarnos como dioses. Por eso elegí el término ‘arrogancia”
para describir esta actitud. ¡Oh, qué tremenda impertinencia e insolencia!
Hay sólo una explicación: es una falta total de
comprensión acerca de quién y qué es Dios junto con una apreciación totalmente
errónea de la verdad acerca de nosotros mismos. Si solo comprendiésemos de
quién estamos dudando. ¡Si tuviéramos apenas un somero concepto del poder, la
grandeza y la santidad de Dios! Si pudiéramos comprender cabalmente que no
somos nada, que somos absolutamente insignificantes e indefensos. Procuremos
considerarlo y verlo a la luz de este pasaje.
La relación entre Dios y nosotros es la del
Creador y la criatura. Él nos creó y nos hizo existir. Somos obra de sus manos,
en verdad somos para Dios lo que el barro es para el labrador. ¿Lo dudas?
Permite que te haga algunas preguntas. ¿Qué
control tienes en verdad, sobre tu vida? No tuviste control sobre el comienzo y
no podrás controlar el fin. No tenemos idea de cuánto tiempo estaremos aquí.
Nuestras vidas están totalmente en las manos de Dios. No podemos controlar la
salud o la enfermedad, accidentes o males. No sabemos lo que traerá un día.
¿Quién podría haber predicho el estado actual de cosas? Los hombres no han
podido prevenirlo. Somos criaturas del tiempo y totalmente sujetos a fuerzas
sobre las cuales no tenemos control alguno. Somos totalmente indefensos. Según
lo expresó nuestro Señor no podemos añadir ni “un codo” a nuestra estatura. Sin
embargo, nos atrevemos a procurar medir a Dios. ¡Qué monstruosidad! ¡Qué
locura! Significa que toda nuestra actitud es falsa y errónea; así quedará
hasta que comprendamos que los pensamientos de Dios no son nuestros
pensamientos y que sus caminos no son nuestros (Is. 55.8), hasta que aceptemos
además su afirmación que “como los
cielos son más altos que la tierra, así mis caminos son más altos que tus
caminos y mis pensamientos que los vuestros”. Evidentemente hay cosas
que no podemos comprender ni sondear. Esta es la gloria del camino de salvación
de Dios; es por esto que ofrece esperanza para todos. ¿No lo puedes comprender?
¿Estás tentado a cuestionar, a argumentar y preguntar? Tu respuesta está en las
palabras de San Pablo: “¿Quién eres
tú, para que alterques con Dios? Dirá el vaso al que lo formó: ¿Por qué me has
hecho así?”
“Pero ese no es un argumento justo”, quizá digas.
“Es más bien una prohibición y el ejercicio de una autoridad injusta”. A lo
cual debo responder que jamás debimos argumentar con Dios y que nunca debimos
haber partido de la presunción de que iba a ser una discusión entre dos
personas iguales.
Dios está en el cielo y nosotros sobre la tierra.
Dios es santo y nosotros pecadores. Dios sabe todas las cosas y ve el fin desde
el principio. Nosotros somos ignorantes y ciegos como resultado del pecado y
miserables esclavos del tiempo. En última instancia esa es la única teodicea
necesaria.
Al hombre que no cree en Dios le es imposible
creer o comprender las acciones de Dios. Cuánto más creemos verdaderamente en
Dios y cuanto más comprendemos de su naturaleza y carácter santos, tanto más
comprenderemos sus caminos.
Aun cuando no podamos comprender estaremos cada
vez más dispuestos a decir con nuestro Señor:
“Mas tu voluntad sea
hecha y no la mía”. En un sentido cualquier
intento de justificar a Dios y a sus acciones me parece casi pecaminoso y estoy
tentado a decir que cualquiera que formula preguntas y críticas en realidad no
está procurando comprender a Dios sino a sí mismo y a la vida que lleva.
Habiendo dicho esto, quisiera instar a que
consideremos la naturaleza fugaz de nuestra existencia aquí en la tierra y
nuestra completa dependencia de Dios que no sólo es nuestro Hacedor, sino que
también será nuestro Juez. Dios no necesita defensa pues está en el Trono. Él
es el Juez de toda la tierra. Su reino no tiene fin. ¡Deja de cuestionar y
argumentar! ¡Arrodíllate delante de El! ¡Adórale a El! Corrige tu actitud y
comenzarás a comprender sus acciones. ¡Qué tremenda la arrogancia del pecado!
II. Tal es el asombroso amor de Dios que no lo
deja allí. A pesar de la enormidad de nuestro pecado El
condesciende a razonar con nosotros, se digna explicarse a Sí mismo. Sólo el
eterno amor pudo tener tal paciencia con criaturas perversas y obstinadas como
nosotros. Tenemos aquí un ejemplo típico de tal razonamiento. Se expresa en
una exposición de la ignorancia demostrada en esta actitud hacia Dios.
Ya hemos visto que se debe a una falla
fundamental de no comprender la naturaleza de Dios y de nuestra verdadera
relación con El. Pero hay otras maneras en que nuestra ignorancia tiende a
desviamos. Podemos ilustrarlas demostrando cómo este pasaje responde a las
preguntas que han sido formuladas, y da conocimiento que resuelve varios
problemas que tienden a confundir las mentes de los hombres.
1. Los hijos de Israel cuestionaban el poder de
Dios y dudaban de que pudiera hacer algo para salvarlos a ellos o de la
situación, del mismo modo como los hombres en la actualidad tienden a dudar del
poder de Dios. ¡Qué ignorancia total! Escuchemos: “Yo hice la tierra, y creé
sobre ella al hombre.
“Yo, mis manos, extendieron los cielos, y a todo
su ejército mandé”. Esa es la medida de su poder. El Dios a quien adoramos, el
Dios que es Padre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es también el Creador.
Por una mera palabra lo hizo todo. El habló y se llevó a cabo. Leamos acerca de
sus acciones en el Antiguo Testamento, de sus maravillosos hechos. Su nombre
“El” significa el Poderoso o el Fuerte. ¿Dudas de su poder para controlar a los
hombres? Isaías ya te ha dado la respuesta. “He aquí que las naciones le son
como la gota de agua que cae del cubo, y como menudo polvo en las balanzas le
son estimadas; he aquí que hace desaparecer las islas como polvo”. “Como nada
son todas las naciones delante de él y en su comparación será estimadas en
menos que nada, y que lo que no es.”
Estas no son meras palabras, ni el resultado del
vuelo de una imaginación poética. Si queremos comprobar que son verdad leamos
los libros de historia secular que confirman la historia y las enseñanzas del
Antiguo Testamento. Cuando Isaías dijo estas palabras la situación de Israel
parecía desesperante. Habían sido conquistados y serían llevados en cautividad
por el poder más grande que el mundo haya conocido. Parecía imposible que
regresaran algún día. Sin embargo volvieron. No fue por su propia acción, porque
nada podía hacer; fue sencillamente una manifestación del tremendo poder de
Dios. Quizá preguntes: ¿El mal como principio no es más poderoso? La respuesta
es esta:
“Yo formo la luz y
creo las tinieblas… hago la paz y creo la adversidad. Yo Jehová soy el que hago
todo esto”. Crear adversidad no significa crear el pecado.
Significa que El hizo que la tristeza, la miseria y la desgracia sean
consecuencia y resultado del pecado. Más aún, la Biblia enseña que el pecado y
Satanás no escapan ni están fuera del control de Dios. Él les permite actuar,
pero les pone límites y finalmente los destruirá. ” ¿Por qué les permite
ahora”?, preguntas. La respuesta es:
“Mas antes, oh
hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? Dirá el vaso de barro al
que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?” No tenemos una
respuesta terminante pero esto sabemos, que cuando la muerte, el infierno, y la
maldad ejercieron su máximo y total poder contra nuestro Señor y Salvador
Jesucristo, fueron completamente vencidos y derrotados por la manifestación más
poderosa de poder que el mundo jamás haya conocido, cuando Él se levantó
triunfante de los muertos. “Para Dios
todo es posible”. Él es Todopoderoso; su poder no tiene límite.
2. ¿Qué de su amor, su preocupación por nosotros? Cuanto más enfatizamos su poder más agudamente surge esta segunda
pregunta: ¿Nos ama? ¿Tiene interés en nosotros? ¿Por qué no hace algo,
entonces? Tales eran las preguntas formuladas por Israel; los hombres y las
mujeres en la actualidad preguntan lo mismo. Dios responde a las preguntas
revelando al profeta lo que estaba haciendo y lo que se proponía hacer.
Corrigió la terrible ignorancia que existía respecto de su amor y su interés
por el pueblo. Demostró que estaba trabajando silenciosa y discretamente todo
el tiempo.
“Yo (a Ciro) lo desperté en justicia, y
enderezaré todos sus caminos; él edificará mi ciudad, y soltará mis cautivos,
no por precio ni por dones, dice Jehová de los ejércitos”. Pensaban que El no
hacía nada. Todo el tiempo estaba trabajando y llevando a cabo sus propósitos.
¿Se había olvidado de Israel? ¿No tenía interés en ellos? Tenía preparado para
ellos un grande y glorioso futuro y para ese fin estaba haciendo provisión para
ellos.
A pesar de su desobediencia y pecado, a pesar de
todo lo que era verdad acerca de Dios y su actitud hacia El, todavía amaba a
Israel y planeaba su salvación. Isaías ya no puede controlarse y exclama:
“Verdaderamente tú
eres Dios que te encubres, Dios de Israel, que salvas”. El vio que Dios todavía era el Dios de Israel y así como lo había
salvado de Egipto y del Mar Rojo, del desierto y de sus enemigos, los salvaría
de todas sus calamidades. Si has creído en El por medio de Jesucristo, si te
has arrepentido y aceptado su gran salvación te aseguro que no importa cuán
tenebroso y difícil sea lo que te está ocurriendo y cuán imposible de
comprender, El sigue siendo tu Dios, que te ama todavía y cuida de ti, y
todavía tiene vigencia la promesa:
“No te dejaré, ni te
desampararé”. Sí, así lo expresó
perfectamente Pedro a los que sufrían tribulaciones que no llegaban a
comprender: “Humillaos, pues, bajo la
poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda
vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros”. Nunca
dudes de que Él te cuidara.
3. Quizá nuestra ignorancia sea mayor con
respecto a los caminos de Dios. Este es uno de los grandes temas de Isaías como
ya hemos visto en algunas de nuestras citas y se destaca tan notablemente en
nuestro texto. Sus caminos no son nuestros caminos. Al no poder entender tendemos
a dudar y a cuestionar. ¡Qué insensatez! “Dios
obra por senderos misteriosos las maravillas que el mortal contempla”.
Pareciera que hace exactamente lo opuesto de lo
que nosotros esperamos. Usó a Ciro, un gentil, para salvar a su pueblo
escogido. A veces no parece hacer nada.
Pasan años y largos períodos cuando Dios parece
estar inactivo y en nuestra impaciencia clamamos: “¿Por cuánto tiempo?” Dios
parece haber perdido el control y todo aparentemente sale mal. Qué insensatez
pensar de ese modo. Parecía haberse olvidado de su pueblo en Egipto, pero a su
tiempo y en su manera, eventualmente los hizo salir. Permitió que estuvieran
setenta años en Babilonia pero había planificado su retorno a Jerusalén antes
de que fueran tomados cautivos. Durante cuatrocientos años la voz del profeta
se había callado. No hubo palabra después de Malaquías.
Pero “cuando
vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, y
nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de
que recibiésemos la adopción de hijos”.
Sigue actuando de esa manera a través de los
siglos. Con Dios “mil años… son como
el día de ayer”.
A su tiempo y a su manera El actúa, El obra.
Todas las cosas han sido planificadas “desde antes de la fundación del mundo.
El proyecto es perfecto; el plan es completo. Nada fallará. Leamos la historia
del pasado y veamos como confirma las profecías. Luego leamos los profetas con
respecto al futuro.
Después de hacer esto nos reiremos de nuestros
temores y sobresaltos, nuestras predicciones de mal y nuestras dudas, y
exclamaremos con Isaías: “Verdaderamente
tú eres Dios que te encubres, Dios de Israel, que salvas”.
¿Qué otra cosa podemos decir? ¿Hay algún otro
comentario que es adecuado para la situación? Sólo hay uno y es más grande aún,
esa tremenda exclamación de San Pablo al contemplar el plan futuro de Dios para
Israel y el mundo: “¡Oh profundidad de
las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus
juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del
Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le
fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A
Él sea la gloria por los siglos. Amén”. Digamos también nosotros: ¡Amén
y Amén!
Cristianismo Historico
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